Venecia Giulia, una historia paradigmática
La ocupación yugoslava y el éxodo de la población italiana después del 1945
Reproducimos algunos pasos significativos de la preciada intervención del prof. Roberto Spazzali tenida con ocasión de la celebración del Día del Recuerdo del éxodo y de las foibe desarrollado en Florencia, en Palazzo Vecchio, en presencia de las máximas autoridades civiles y militares y del presidente nacional de la ANVGD Lucio Toth.
El prof. Spazzali (Universidad de Trieste) evoca en esta intervención el dramático marco de violencias e intimidaciones en el cual se encontraron, solos en definitiva, los italianos de Venecia Giulia y de Zara en el momento de la ocupación de aquellos territorios por parte de los partidarios de Tito, decididos a anexionarse unilateralmente las áreas del antiguo asentamiento italiano y a inducir a toda costa a la población a marcharse.
Una historia paradigmática
[…] Venecia Giulia, para ciertas cosas, ha vivido la historia europea en versión paradigmática, en un concentrado terrible, hasta el punto de no parecer para nada historia de Italia. Sin embargo, la historia de Venecia Giulia es sobretodo historia de Italia perfectamente inserida en el contexto de la historia continental: un punto de conjunción que solo en tiempos recientes la historiografía nacional ha reconocido. En casi medio siglo no se ha hablado de ella para nada, o mejor dicho, no ha tenido la debida atención, y solo con el empujón emotivo producido por la última guerra balcánica y por los estragos allí perpetrados, la opinión pública ha descubierto, literalmente, un pedazo de la historia italiana. Sobre este caso la prensa y el debate político han precedido el titubeo de cierta historiografía anclada en posiciones con prejuicios y retrasos ideológicos pero que se dio prisa en acorchar las distancias con éxitos muy diversos y a menudo embarazosos. Hay, sin embargo, un primado no solo moral en la historiografía giuliana, en el haber afrontado en tiempos no sospechados y en condiciones de soledad científica, tales argumentos espinosos y de no haber encontrado nunca una respuesta adecuada, por ser considerados políticamente incómodos y diplomáticamente inoportunos. […]
La falta de examen de conciencia nacional
No tenemos que hacernos particulares ilusiones sobre las capacidades humanas de saber recordar: ya en 1948, a solo un año del Tratado de paz, el poeta gradese Biagio Marin escribió en un discurso pronunciado a los desterrados istrianos que vivían en condiciones penosas en un almacén del puerto de Trieste, que Italia ya había olvidado la tragedia de Venecia Giulia, porque era justo hacer así – él afirmaba – porque en el confín oriental Italia había ya pagado su derrota en una guerra
Equivocada y expiaba la hipocresía de los partidos de la renacida democracia de haber querido tomar distancia de las responsabilidades más profundas de la derrota, dejándola como una herencia sin sustancia moral. Ciertamente ni católicos ni liberales, y mucho menos la izquierda, desde los accionistas a los comunistas, estaban dispuestos a reconocer aquellas culpas: faltó el examen de una nación que había decidido mutilar el sentido de la catástrofe atribuyendo únicamente al fascismo y a la monarquía responsabilidades y culpas, absolviendo sin embargo al Estado, premiado por una inquietante continuidad oculta en tantos armarios de puertas vueltas hacia la pared.
Y el examen de conciencia ha tardado en llegar también en los decenios sucesivos: quitada la sensación de la derrota quedaba en campo solo la percepción de que Italia había tomado parte con la Resistencia a una victoria, contra el nacifascismo, que ahora estaba a la base del Estado democrático. Y el carnet de democracia fue extendido rápidamente a todas las fuerzas que habían participado en aquella victoria, incluido el partido comunista que, justo en aquellos años, había asumido posiciones más bien ambiguas en mérito a la tutela de la soberanía nacional y ciertamente no había renunciado todavía a la opción revolucionaria. […]
Los estragos istrianos del otoño del 1943
Es necesario distinguir los estragos del otoño del 1943 en Istria de lo que sucedió en Dalmazia en el 1944 y en la primavera del 1945 en toda Venecia Giulia, hasta el éxodo de los territorios cedidos: un flujo de 260.000-350.000 personas (los datos todavía no han sido verificados completamente) iniciado entonces y continuado hasta la mitad de los años cincuenta en condiciones y con motivaciones diversas.
Además de los motivos de contraste del siglo precedente y acentuados al final de la primera guerra mundial con la definición a Rapallo del confín italo-yugoslavo, considerado penalización e injusticia por parte eslava, el régimen fascista metió su parte comenzando un proceso de desnacionalización de las poblaciones eslavas que acentuó los motivos de recriminación y de revancha. […]
Como ha anotado la escritora istriana Lina Galli, que había recogido muchos testimonios inéditos – recientemente recuperados – en aquellas noches, lejanos faros iluminaban las alturas lejanas; los rebaños habían sido abandonados en los campos; los colonos habían desaparecido de las casas porque habían sido concentrados en los bosques por los agitadores, armados con los utensilios agrícolas y preparados para ir hacia pueblos y ciudades, habitados por italianos, es decir, habitados por ‘los señores’ o mejor aún, por ‘los fascistas’. Porque entonces era muy fácil atribuir a cualquier forma de italianidad la etiqueta de fascismo.
Y hubo arrestos pensados en aquellas localidades donde los presidios de los Carabinieri o del Ejercito habían venido a faltar: bienestantes, trabajadores autónomos, empleados públicos, maestros, jefes técnicos, pero también patriotas e irredentistas de la guerra precedente que no habían tenido ningún papel en el régimen. Hubo casos de inmediata venganza y de inhumanas ejecuciones sumarias, pero la mayoría de los arrestos fue concentrada en el castillo de Pisino, con el intento bien claro de paralizar la colectividad italiana, de decapitar su clase dirigente, hasta los grados más bajos de representación del estado italiano […].
Otros testimonios recogidos por Lina Galli nos narran el grande extravío en el cual se abría la gran fuerza de ánimo de muchas mujeres istrianas que batieron el campo y los bosques buscando a los cónyuges, llegaron a obtener la liberación de alguno, pero también sintieron en la propia piel la irrisión y una voluntad de venganza de la cual ignoraban la razón. Algunos chicos, después, hijos de desaparecidos descubrieron las primeras inconfundibles huellas de los delitos.
En octubre del 1943 los alemanes organizaron una ofensiva en Istria para asegurarse su control. Bajo la persecución alemana, el Comité insurreccional [yugoslavo] decidió eliminar a los detenidos en el castillo de Pisino para quitar de en medio testigos incómodos; así muchos otros fueron brutalmente asesinados en las cuevas de bauxitas, mientras otros fueron precipitados en los pozos mineros y en las esparcidas cavidades cársicas. De cara a quinientas denuncias de desaparición, los Bomberos de Pola recuperaron en dieciséis meses de exploraciones, no sin dificultad, algo mas de doscientos cuerpos.
Lina Galli nos trae una imagen dramática de la recuperación de los cuerpos, de la foiba de Vines:
«A las 11,45 el primer hombre descendió al abismo. Alrededor, la tensión de los vivos era terrible. Hacia las 13,55 el cable de acero volvió a moverse arrastrando hacia el alto su cargo de vidas apagadas.
Aparecieron cuatro cuerpos que ya no parecían humanos. El olor de la muerte difundió acre alrededor. Los cónyuges dimanaban con fatiga su dolor. Se alzaron gritos y sollozos.
El cable de acero descendió y subió de nuevo después de media hora para traer a la luz otros cuatro cadáveres. Quince fueron los cuerpos extraídos el primer día, catorce el segundo y así durante muchos días hasta que en total fueron arrancados 84 del horrendo sepulcro y encaminados hacia su paz. Mientras tanto cada día aumentaba la afluencia de familiares y el encuentro de los vivos con los muertos alineados sobre la tierra desnuda era de una angustia inenarrable. Gritos de dolor y de horror se alzaban con la visión de los cuerpos ».
La exasperación de la violencia
En el transcurso de los veinte meses de la ocupación alemana se acentuaron ulteriormente los motivos de choque, sobre una base de creciente contraposición ideológica de la que pagaron las cuentas los ciudadanos civiles pillados en medio a un torbellino de creciente violencia. Los métodos del nazismo dejaron una cicatriz profunda con el exterminio de casi toda la comunidad hebrea, las movilizaciones forzadas, la Risiera [en Trieste] con el horno crematorio, las deportaciones de millares de individuos[…].
En el otoño del 1944 los dálmatos de Zara fueron obligados a abandonar sus ciudades con los bombardeos aliados del otoño del '44, solicitados por el mismo Tito. A aquellos prófugos los alemanes les negaron el derecho de refugio en Trieste, temiendo que su presencia acentuase el carácter italiano de la ciudad. En marzo del 1945 inició la primera marcha de la población de Pola que encontró refugio en los campos friulianos.
En abril del 1945 la IV Armada yugoslava y el IX Cuerpo esloveno apuntaron con decisión hacia la costa adriática. Los alemanes habían decidido quedarse Trieste para permitir la retirada
de las propias tropas dispuestas en Istria y alrededor de Fiume. El C.L.N. [Comité de Liberación Nacional italiano] triestino, comprendiendo las intenciones yugoslavas, decidió organizar la insurrección y anticipar así el ingreso de las tropas de Tito que debían ser consideradas aliadas de aquellos angloamericanos que estaban en la otra parte del Adriático. Solo de esta manera se podía demostrar la existencia de una Resistencia italiana: rechazando las propuestas filoyugoslavas y aquellas de las restantes autoridades italianas, nombradas por los alemanes, para no perjudicar la claridad de la acción.
Trieste surgió el 30 de abril del 1945, por impulso de la insurrección general de la Alta Italia, a las ordenes de un sacerdote y del cuñado del escritor Italo Svevo y por la tarde el CLN tenia ya en mano gran parte de la ciudad, mientras los alemanes que estaban presentes respetaban la tregua impuesta. El 1° de mayo entro un primer reparto yugoslavo provocando la completa movilización de las formaciones ciudadanas comunistas y filoyugoslavas que reprendieron los combates contra los alemanes; combates que continuaron el 2 de mayo cuando llegó la II División neocelandés que recogió la rendición alemana definitiva.
Contemporáneamente las formaciones del C.L.N. fueron amenazadas por los filoyugoslavos y obligadas a ceder las armas, por lo cual el Comité decidió retirar sus propios hombres y tuvo que abandonar bajo la amenaza de la prefectura.
La ocupación yugoslava de Venecia Giulia
Apenas se ocuparon los lugares principales por las tropas yugoslavas, tomaron posesión los Consejos Populares de Liberación que se dieron prisa en declarar la anexión a Yugoslavia. Se organizó una nueva estructura administrativa: una toma del poder en toda regla acompañada de procedimientos, comprendidos los arrestos de militares y civiles . Fueron arrestadas en casa decenas de millares de personas, aparentemente sin ninguna lógica, porque no se trataba solo de prisioneros de guerra o fascistas, sino de individuos notoriamente antifascistas. Quien se oponía al diseño de anexión era enemigo de clase y «fascista».
Se habían preparado listas de proscripción y los arrestos se llevaron a cabo por mandato de la policía política yugoslava (Ozna) y ejecutados por elementos de repartos especiales, en muchos casos asistidos por ayudantes locales. Los arrestados fueron detenidos bajo la vigilancia armada del ejercito yugoslavo y en Trieste se asentó un Tribunal del Pueblo con mucho Público Acusador que
dictó un mandato de comparición también de cara a algunos exponentes del C.L.N. ciudadano. […]
Éxodo
El complejo fenómeno del Éxodo ha sido generado por diversos motivos: desde el terror provocado por los estragos del 1943 y continuado después de la guerra con arrestos y desapariciones en el territorio bajo la administración yugoslava, hasta las condiciones económicas y sociales impuestas por los Poderes Populares.
Inicialmente la mayoría de la población esperaba con confianza las decisiones de la Conferencia de Paris, creyéndose ajena a las responsabilidades de las violencias y prevaricaciones pasadas. Después, cuando se perfiló la hipótesis de un plebiscito en Venecia Giulia, presente la situación de Trieste, las autoridades filoyugoslavas trabajaron para simplificar el cuadro de fidelidad política, con la purificación de sujetos contrarios o indiferentes al régimen y con otros mil obstáculos a la libre actividad emprendedora y profesional: los italianos dispuestos a quedarse tenían que ser «honestos y democráticos», o sea, aceptar servilmente el nuevo sistema. Impresionó mucho el cambio de moneda, con la introducción de la «yugo-lira» y después la campaña pública de desendemonización de los «enemigos del pueblo». Mucho más grave era la situación de Fiume, completamente aislada y ya no comprendida en las negociaciones internacionales, de la que, entre 1945 y 1948 se alejó compactamente casi toda la población italiana. Una situación análoga a la de Pola, garantizada hasta 1947 por los angloamericanos, pero marcada por la suerte, sobretodo después del grave estrago de Vergarolla – la explosión de un depósito de residuos en una playa abierta al público – y la noticia de que la solución diplomática la excluía de toda restitución a Italia. Con el Tratado de paz los dos tercios de Venecia Giulia fueron cedidos a Yugoslavia (la ciudad de Gorizia perdió un tercio del territorio común) y el resto fue dividido en dos zonas, una angloamericana, Zona A y una yugoslava, Zona B, con el propósito de dar vida a un Territorio Libre de Trieste. Una situación de precariedad que se protrajo hasta 1954, con un éxodo desde los territorios cedidos hacia Italia o hacia Trieste. A inicios de los años Cincuenta las autoridades locales de la Zona B acentuaron el carácter persecutorio hacia aquellos italianos todavía tibios hacia el régimen: cierre de las escuelas italianas, limitaciones en los pasos fronterizos, vejaciones tributarias, llevaron a otro éxodo – que alguno se obstina en llamar económico – madurado en la hostilidad. También los comunistas istrianos, después de la crisis entre Stalin y Tito del 1948, conocieron las persecuciones: aquellos que no se habían alineado al régimen yugoslavo debieron buscar reparo en Italia o acabaron en los gulag de Tito, como la famosa Isla Calva (Goli Otok). Algunos italianos trataron de dar vida a formas de oposición al régimen de Tito, como los autonomistas de Fiume, o de legítima representación política como los socialistas de Rovigno, los republicanos y los católicos en Isola pero fueron truncados con arrestos y procesos-farsa.
Con las rectificaciones confirmatorias del 1954 y el paso de la Zona A a la administración italiana se añadió otro flujo de prófugos a los desterrados después de la guerra.
Casi 80.000 personas se han quedado en Trieste. Se construyeron nuevos barrios para hospedarlos, también en territorio compactamente esloveno, pero no provocó ningún motivo de choque. Campos de prófugos y barrios istrianos no se convirtieron en grupos de terrorismo revanchista gracias a la obra educativa conducida por el clero istriano exiliado con su pueblo, a la escuela y a las organizaciones creadas para cultivar y no dejar que cesaran las tradiciones. Se formó una clase dirigente de origen istriano que tuvo un papel importante en Trieste desde los años cincuenta hasta nuestro tiempo.
Los desterrados giulianos fueron acogidos en Italia con sentimientos opuestos: las dificultades de después de la guerra y la pobreza difundida creaban motivos de fricción pero también de grande solidaridad fundada en la identidad patriótica. De algunos ambientes comunistas llegaron ataques calumniosos: mientras centenares de operarios monfalconeses se dirigían voluntarios a Yugoslavia a construir el socialismo, quien huía ante un régimen popular no podía más que ser un fascista […]
Se discute todavía hoy si fue una limpieza étnica: esto no lo hicieron las foibe en cuanto tales sino tantas otras vejaciones, incluido el miedo a acabar arrestados o de ver la propia casa devastada, los bienes secuestrados, el trabajo impedido, la expulsión de los hijos de la escuelas. AL final la presencia italiana en Istria y en Dalmazia ha sido reducida así a la mínima expresión, salvaguardada hoy sólo por un fuerte apoyo financiero del Estado italiano. […]
Roberto Spazzali